Se ignoró a la ONU y a su Consejo de Seguridad. El entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, y el secretario general de la otan, Javier Solana, decidieron bombardear a Yugoslavia, asesinar a miles de civiles, usar bombas prohibidas con uranio empobrecido, y destruir viviendas, guarderías infantiles, hospitales, escuelas, edificios públicos y otros.

La acción que inició el 24 de marzo de 1999, hace 25 años, se prolongó por 78 días y noches, dejando un saldo de más de

3 000 civiles fallecidos, incluyendo 89 niños, y más de 12 500 heridos y mutilados, ya fuese por las quemaduras del uranio empobrecido o por los cohetes y bombas lanzados desde los bombarderos de Estados Unidos y la otan.

La obra de Clinton y Solana, según reportes de Sputnik, conllevó que se arrojaran 9 160 toneladas de explosivos contra varias ciudades del país. Unas 15 toneladas de la munición empleada contenían uranio empobrecido. El uso de esta arma, prohibida internacionalmente, ha provocado que, desde la fecha de aquellos bombardeos, los casos de enfermedades oncológicas aumentaran en unos 60 000 cada año.

Como resultado final de aquella despiadada ofensiva, se desintegró la República Federal de Yugoslavia, y Kosovo, una provincia autónoma de la nación balcánica, inicialmente usada como carnada para «justificar» los bombardeos, se autoproclamó república independiente. ¿Lo más importante?: se construyó allí, en tiempo récord, la mayor base militar de Estados Unidos en Europa.

La bárbara acción cometida por el Pentágono en territorio yugoslavo tenía un interés geoestratégico, con la finalidad de ocupar una parte del territorio y desplegar allí sus tropas y medios militares.

Al parecer fue el precedente de una práctica arrogante del imperialismo, pues desde entonces otros muchos crímenes se han cometido por Estados Unidos sin el consentimiento de la ONU. Tal es el caso de la invasión y ocupación de Afganistán, iniciada el 7 de octubre de 2001, y finalizada con la caída de Kabul, el 15 de agosto de 2021 en manos de los talibanes.

Irak también fue invadido por tropas estadounidenses y de la otan en marzo de 2003, con un saldo de cientos de miles de muertos, heridos y mutilados, y con la «justificación», luego desmentida por el presidente de Estados Unidos –en esa fecha, George W. Bush–, de que en Irak había armas de destrucción masiva. La ONU fue ignorada una vez más.

Igualmente, intervino Estados Unidos en Libia, hasta que se asesinó al Presidente de esa nación árabe. El país quedó dividido en dos, no solucionó problema alguno, los agravó, y abrió las puertas al saqueo de sus recursos energéticos.

En esto de ocupar países, invadir territorios, bombardear poblaciones, debe agregarse en la actualidad lo comprometida que está la administración estadounidense con el genocidio que realiza el gobierno israelí de Benjamín Netanyahu contra la población palestina, y particularmente contra los habitantes de la Franja de Gaza.

En este caso, el Gobierno de Estados Unidos no solo suministra las armas y el dinero a Israel, sino que se opone a que el Consejo de Seguridad de la ONU apruebe alguna resolución para un alto el fuego.

Fuente: Granma