La explicación de que el triunfo de Milei en la Argentina, es el reflejo local de una tendencia global, se alimenta de la suposición de que el centro del universo es Europa y que nosotros somos el ombligo de América Latina.

Si hacemos referencia a la deriva de las potencias occidentales debemos recordar que el último presidente de Estados Unidos con algún rasgo democrático o progresista, fue James Carter que gobernó entre 1977 y 1981, hace más de 40 años. Todos los que vinieron después, incluído el afrodescendiente, Barak Obama, fueron autoritarios hacia adentro y muy agresivos hacia afuera, promoviendo bloqueos, guerras y crímenes selectivos. El panorama de Europa no ha sido mejor. Como bien lo dice Marcos Roitman, en un artículo publicado recientemente en la Jornada: “desde los años 70 la línea que separaba el proyecto totalitario nacido del Tercer Reich de una propuesta socialdemócrata se difuminó. El triunfo de Margaret Thatcher fue el punto de inflexión. La adopción de las políticas neoliberales y la economía de mercado destapó el verdadero rostro de la Unión Europea”. En otras palabras; no tuvo que ganar Meloni, para que Europa fuera gobernada por la derecha.

La gran novedad en el mundo no es que algunos gobiernos se corran más a la derecha, sino que están emergiendo otras potencias que empiezan a cuestionar la condición de estado gendarme de Estados Unidos y que han desarrollado economías que pueden cuestionar la hegemonía del dólar. En el caso de América Latina, la gran novedad es que de los cinco países con más peso político de la región (Brasil, México, Argentina, Colombia y Venezuela), cuatro no son gobernados por la derecha.

El crecimiento de la ultraderecha en Europa expresa la búsqueda de una salida frente a la evidencia que la globalización neoliberal ha fracasado. Se agrega que la guerra de Ucrania ha provocado graves perjuicios económicos y en el plano militar, la dolorosa confirmación que no pueden derrotar a Rusia.

La ultraderecha europea es nacionalista, y puede debilitar aún más a la Unión Europea, como ya hicieron los ingleses, con el Brexit. La disputa en Estados Unidos, es la de la decadencia de un imperio que bien ilustran dos candidatos que tienen 78 y 81 años, el último de ellos con manifestaciones de demencia senil. Por un lado, el actual presidente Biden sigue insistiendo en sostener una globalización decadente, y por otro, Trump propone un repliegue de Estados Unidos sobre su propia economía tratando de salvarse como gran potencia.

La ultraderecha de Milei no es nacionalista. Por el contrario, se ofrece como un cipayo para servir a los intereses y los designios de Estados Unidos e Israel. Desde lo histórico, es una posición muy parecida a la que sostuvieron algunas oligarquías latinoamericanas a principios del siglo XIX. Insistían en aferrarse al dominio español, cuando este imperio estaba en plena decadencia. No eran ni independentistas, ni políticos vendepatrias, pero lúcidos, como Rivadavia, que advertían que estaban emergiendo nuevas potencias hegemónicas y que allí estaban los mejores negocios.

Milei no sintoniza con los cambios mundiales, como si lo hizo Menem que se abrazó a los globalistas Thatcher y Reagan. Le está sucediendo que cada vez que viaja a buscar capitales, viene con la novedad que compró aviones, barcos o logística para fortalecer las fuerzas represivas. Si en Estados Unidos gana Trump, va a continuar su política de replegar capitales hacia su país y de acortar las cadenas de valor.

Una de las grandes debilidades del gobierno de Milei es que su propuesta está disociada con el funcionamiento actual del mundo y que ese desvarío se va a expresar en la economía. No hay ninguna señal que pueda revertir la caída económica y de consumo. La perspectiva es de ajuste permanente hasta que el pueblo decida poner los límites. También, el gobierno de Milei está desubicado al proponer una perspectiva que es contradictoria con la ubicación geográfica del país que preside. Nuestramérica es la porción del continente y del mundo donde hay mayores luchas de resistencia a las políticas fracasadas del neolibaralismo y de los progresismos liberales. Es el lugar del planeta, con más posibilidades de formular y construir nuevas propuestas civilizatorias.

Que a los seis meses de mandato un gobierno empiece a denunciar golpes de Estado y acuse a un amplio abanico opositor que incluye a la iglesia, universidades, sindicatos, movimientos sociales, productores, científicos y organizaciones de mujeres y disidencias, de “terroristas” es una muestra de debilidad, no de fortaleza.

Produce miedo, pero no está bueno que el miedo nos nuble la mirada.

Fuente: Tramas.